RELATOS ERÓTICOS | HELADO A LA SOMBRA 03 julio, 2019 Empleo mis últimas fuerzas para llegar al bar de la esquina. Consigo la última mesa a la sombra y pido agua y un helado. Comería hielo, pero me parece poco práctico. Con la boca fría y mi cuerpo templándose a la sombra, miro a mi alrededor, evaluando el entorno y buscando algo entretenido con lo que acompañar el helado. Me fijo en una de las mesas más alejadas, donde un hombre pone a prueba la resistencia humana al leer bajo el abrasador sol de media tarde. Empiezo a preguntarme qué estará leyendo, si no tiene calor, si es un superhombre con aire acondicionado incorporado, si se ha preparado para soportar crudamente con esa camisa negra que deja entrever los tatuajes del antebrazo. Imperturbable por el calor, como si el verano le hubiera pillado por sorpresa en la terraza. Mi mente comienza a montarse una película, imaginando cómo ha sido su día, en qué pensaba al sentarse al sol, qué se le pasa por la cabeza cuando levanta la mirada y me ve observándole en la distancia mientras lamo lentamente mi helado. El morbo se apodera de mí, y sin dejar de mirarle con fingido disimulo, lamo el helado cada vez con más detenimiento. Varias personas a mi alrededor me miran entre la extrañeza y la curiosidad, no pierden detalle de cómo mi lengua va consumiendo el helado, la gota que cae sobre mi dedo, cómo lo llevo a la boca y lo limpio entre mis labios con todo el erotismo que soy capaz de transmitir… Sólo puedo pensar en lo que mi inesperada excitación desea; comerme a ese hombre como si fuera el helado más refrescante del universo. El disimulo cada vez me sale peor y veo como el hombre se levanta y entra en el bar. Pienso que le he asustado, y no me extraña. ¿Una loca con la mirada fija en mí mientras se come un helado? 1- Videos para adultos gratis 2- Porno Espanol 3- Porno HD 4- Porno Mexicano Yo habría aguantado mucho menos. Pero no sé qué me ha pasado, apenas me regía el cerebro con tanto calor. Continúo comiendo el helado, ahora sin tanta motivación, al fin y al cabo, el público que me interesaba se había marchado apabullado, qué le iba a hacer. Aprendería la lección y perfeccionaría mi sutileza erótico-festiva con desconocidos. Me centro en el pensamiento que me ataca ahora, las infinitas posibilidades si la cosa hubiera llegado a más, todo aquello que podría estar pasando en universos paralelos y por desgracia no en el mío. Doy vueltas a la idea, pero no hace falta que piense mucho. A los pocos minutos una mano se posa sobre mi hombro. El hombre de la camisa negra se inclina levemente hacia mí y me pregunta si puede acompañarme. Con un gesto le señalo la silla más cercana, aunque le habría señalado la dirección a mi casa de haberme orientado. Se sienta y sin decir nada quita el papel de un helado y comienza a lamerlo, como si imitara lo que yo hacía mientras le observaba. Me mira fijamente a los ojos, solo desviaba la mirada para repasarme rápidamente, siempre con la lengua centrada en su helado, lamiéndolo, abarcándolo con los labios, recogiendo cada gota que escurría por el cucurucho. En mi mente ya no tenía un helado entre los labios, sino que jugaba entre mis muslos, sin apartar la mirada. Yo lamía mi helado y sobra decir que tampoco lo visualizaba al hacerlo. Ambos sabíamos que nuestra pasión láctea no era más que una excusa. Un artificio para no saltarnos encima, arrasar la mesa y comer aquello que realmente deseábamos. Terminé mi helado, me lamí los labios y me levanté ante su atenta mirada. Extendí el brazo con mi tarjeta entre los dedos y le dije: “Si quieres repetir, encuéntrame” Me decidí, era ahora o nunca, y me lancé a sus labios. Todo fuera que me llevara una bofetada, pero por cómo actuaba lo deseaba tanto como yo. Se sorprendió con el beso, pero rápidamente me correspondió y me apretó contra la puerta del copiloto de la grúa. Desde la carretera, en esa posición, había cierta privacidad. Iba directo, como si hubiera estado esperando el pistoletazo de salida. Metió la mano en mi pantalón y se encargó de reconocer centímetro a centímetro mi erección antes de agacharse y buscarme con la boca. De verdad, lo estaba flipando, en medio de la nada con un maromazo devorándome con todo su arte. De vez en cuando me miraba, sin dejar de moverse en mi entrepierna, y a mí me palpitaban hasta las pestañas de tanta excitación. No lo pude evitar, acabé explotando en su boca, viendo cómo le caía alguna gota por la comisura. Le ayudé a incorporarse y le limpié las gotas de la comisura con la lengua, metiéndole mano yo ahora. Y madre lo que encontré… Parecía navidad y mi cumpleaños juntos, qué belleza, qué porte, qué... Bueno, que era para llevarlo a un museo, a todo él”. - Joder, ahora casi me siento mal por haber echado pestes de ti por llegar tarde de nuevo. Espero que trotaras a gusto… - me reí. - ¡Qué va! Le sonó la radio de la grúa con una urgencia y tuvimos que dejarlo ahí, con todas las ganas. Terminó de ajustarme la rueda, me dio un húmedo beso y se montó en la grúa. - Oh, ¿y no le pediste el teléfono? Para veros y acabar lo que empezasteis. - Ja, ¿acaso no me conoces? Me lo pidió él a mí. Hemos quedado esta noche…a ver si me enseña qué es eso de la junta de culata. Y lo tengo claro, renuevo seguro con la misma compañía, hay que ver qué gran asistencia en carretera…